lunes, 18 de febrero de 2008

VAGABUNDEOS DE UN BOLINGA. CAPÍTULO DÉCIMO OCTAVO. NO TRANSCURRE EL TIEMPO JUNTO A MI.




Acontecieron patíbulos e inciensos. Figuritas de arrecifes. Miniaturas talladas. Palo de santo. Se me escapó el ocaso por un poco y meciéndome, el batir del mar me puso lastre. Me otorgó refunfuñando alas salinas. Humedad en exceso de ron. Asesinatos repoblaron mis principios. Mis finales: coyunturas de lo absurdo. Conclusiones de vaiven. Flujos, reflujos. Amaneció a lo lejos suavemente. Dormí. Sí. Dormí el sueño de los vivos. Y desperté con amarras ancladas en la lengua. Callé silencio aferrándome a mi tabla. No naufragué. NO. Aún sostengo la botella entre mis piernas y con la mano izquierda le aprisiono el cuello. Entre el índice y el corazón de la derecha se me ha consumido un cigarrillo. De las horas que pasaron nada sé. Tal vez son días. Tal vez. Quizás. Tal vez. Olvidé el calendario de esa fecha. Cuando aparqué en la orilla del hastío bebí para dormir ostensiblemente mi resaca. Por eso nada he escrito. Ni una sola palabra desde entonces. Deletreo ésto en este instante. Ahora respiro y voy a descorchar de nuevo algún brebaje. Miraré el cielo. Quién sabe cuando. Quién sabe donde. Dormiré este sueño una vez más hasta cansarme. Seguiré ausente quizás. Quizás. Tal vez. Quizás. Quien sabe.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Si es que dan a veces unas ganas de no hacer nada de nada de nada que que te voy yo a contar....

Anónimo dijo...

Y eso que yo no bebo. O bebo muy de vez en cuando.

Anónimo dijo...

Para ser exacto.

Lola dijo...

A veces uno necesita beber para advertir hasta qué punto es insondable lo que lo rodea; hasta qué punto uno mismo es insondable. Y para aguantarse esas epifanías, nada mejor que un poco de licor.
cariños.